martes, 12 de enero de 2021

“Inclinándose escribía en la tierra”, (Joa. 8,6)

ESCRITOS PUBLICADOS PAGINA BÍBLICA
“Inclinándose escribía en la tierra”, (Joa. 8,6) 

Nota del Vicepostulador.- 

Los tres artículos siguientes con el título común Página Bíblica y el particular “Inclinándose escribía en la tierra”; “El peso del día y del calor” y “En el camino un hombre le dijo”, aparecen firmados únicamente con la letra “M”. El trabajo titulado “María Magdalena” lo está con las iniciales “F.M”. Se presume que la “M” es la inicial de Martín y “F.M” de Fray Martín, y que el autor de los cuatro trabajos fue el siervo de Dios; ya que el era en aquella época el único especialista en esta materia que colaboraba en “Cruzada Seráfica”. Además, la semejanza de estilo con otros firmados por él demuestra que pertenecen al mismo. Los contemporáneos el siervo de Dios creen tener la seguridad que él fué de hecho el autor de tales aportaciones. (Revista “Cruzada Seráfica”, Madrid, año 1.931, mayo, págs. 21-23)

                                                

¿Tu discípulo? 

¿Quién ha pronunciado esta palabra increíble? 

¿Hay junto a mí algunos de los ancianos o de los escribas? 

¿Está conmigo? 

Cuando se hablaba de ti, yo sentía una curiosidad inquieta: 

¡Tan extrañas cosas se decían! 

Tu doctrina nada de común tiene con la nuestra. En vez de someter “las duras cervices” al yugo de la ley, en vez de multiplicar las prescripciones y aumentar el peso, tú libras las almas con un gesto soberano; rompes la red de las observancias rabínicas, y las almas libres, batiendo las alas vuelan a tu alrededor. 

¿Con qué autoridad haces esto? 

 Tú hablabas también de los pájaros y de los lirios, de los rebaños y del Pastor, de los niños y de su Padre celestial; sí, se dice terminantemente que por un sentimentalismo vano que ignoran los doctores de Israel, enseñas a llamar “Padre nuestro” al que está sobre todo nombre. Se cuenta además que tus discípulos olvidan las rituales abluciones, y que tú mismo, tú violas el santo descanso sabático con intempestivas curaciones... ¿qué sabía yo? 

Yo buscaba entonces, en otro tiempo que me parece muy lejano, una ocasión de encontrarte e imponerte silencio... 

Cuando te vi por vez primera, el sol aureolaba tu blonda cabeza... 

¿Ha pasado un día solamente, o un siglo desde que te encontré? Parece que un jirón de eternidad se ha vinculado a esta hora, y cada vez que reflexiono pierdo la noción de tiempo. 

Te traen a la mujer cogida en adulterio. 

No soy tan cruel como Sadok, no quiero ver correr la sangre. La asamblea de los ancianos tampoco quiere el suplicio de esta miserable; estas viejas sanciones van cayendo en desuso. Pero el interés del drama está en sorprenderte y confundirte. Si tú dices: “Apedreadla”, el pueblo te odiará por tu crueldad. Si dices: “No la apedreéis”, te denunciaremos nosotros como despreciador de Moisés. ¿Cómo saldrás de esta emboscada? 

Ellos están insultantes y ávidos bajo los pórticos del Templo, ella en medio, tú, sentado como un juez, y juzgas, en efecto, por un cambio extraño, no a esta pecadora, sino a nosotros.

Como un rey entre los vasallos de su reino. 

 Dices: “Aquél que esté sin pecado arroje la primera piedra.” 

Después de breves momentos de lucha, todos, uno a uno, huyeron…

 ¡Ah! en verdad, yo sabía por qué… 

 Mas al retirase volvían sus ojos a mí, “el puro” como ellos, “el separado” como ellos, “el santo” más que ellos, al igual que todos los soldados miran a su general en la hora de la derrota. Yo quedaba, junto a ti, tranquilo y seguro de mí mismo, mientras que, tú inclinándote, escribías con el dedo en la tierra. 

Alzaste la cabeza y se cruzaron nuestras miradas. Entonces me fui con los otros. 

(Sigue)

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