viernes, 10 de abril de 2015

13 Abril Solicitud ingreso Noviciado



Muy Reverendo Vicario Provincial de la Provincia de San Gregorio Magno

El que tiene el honor de suscribir, alumno del colegio Seráfico de Belmonte, natural del Corral de Almaguer, provincia de Toledo, Diócesis de Cuenca, hijo legítimo de Román Lozano y Carmen Tello, de quince años de edad, autorizado por expreso consentimiento de consejo de familia, cuyo testimonio remite adjunto, a VR humildemente expone: que sintiéndome con vocación para abrazar   de la Provincia de si acertado gobierno en clase de novicio de Coro, para cuyo efecto tiene cursados  y aprobados con notas de “Meritissimus” en el citado colegio seráfico, que, según el plan vigente, se requieren para ser admitido.
la vida religiosa, y deseando corresponder a tal gracia en la orden de S. Francisco, ruega a V.R. cuan encarecidamente puede, se digne admitirle en la Casa Noviciado
Es gracia y favor que no dudo conseguir de la reconocida bondad de V.R. cuya vida conserve Dios muchos años.


Martín Lozano

Colegio Seráfico de Belmonte

13.abril 1916

miércoles, 8 de abril de 2015

Viaje de Jerusalén y El Cairo.

Abril, 1929 Día 3: Sale de Jerusalén hacia El Cairo Día11: se embarca en Alejandría, en el Hesperia rumbo a Nápoles Día14: Toma tierra en Partenope. Día17: salen para Roma


Algunas postales que envía desde estos lugares

lunes, 2 de febrero de 2015

La fiesta de la Candelaria, según el Beato Martín

LA FIESTA DE LA CANDELARIA Un poco de historia (Revista “Cruzada Seráfica”, Madrid, Febrero 1.933, nº 2, págs. 43-44) Sin duda, los lectores de CRUZADA SERÁFICA desean saber algo acerca del significado origen y desarrollo de esta fiesta, tan arraigada en las costumbres españolas que aparece hasta en su refranero. A satisfacer esta legítima curiosidad van dirigidos estos renglones. El Salvador prometido a Israel, nacido en Israel, debía presentarse como heredero de la promesa hecha a Abran, sancionada por la institución religiosa de la circuncisión. La Ley de Moisés había conservado este rito. Los padres de Jesús, su madre y su padre adoptivo, sin previo aviso del cielo, como buenos israelitas, tenían que conformarse con esta Ley. Fué circuncidado, pues, Jesús, al octavo día, y se le impuso el nom¬bre de JESÚS, indicado por el ángel a Ma¬ría y a José. María, para darnos ejemplo de humildad, también se sometió a una ley de la que estaba exenta. Según la Ley de Moisés todas las madres debían presentarse al Templo a los cuarenta u ochenta días del alumbramiento, según fuese varón o hembra el recién nacido, para cumplir una especie de purificación legal, ofreciendo un cordero de un año para el ho¬locausto, y un pichón o una tórtola en ex¬piación del pecado. Los pobres estaban au¬torizados para llevar un par de pichones o tórtolas. El primogénito debía ser rescatado por cinco siclos. En ninguna parte estaba pres¬crito claramente que el primogénito fuese presentado al Templo, pero una madre pia¬dosa no descuidaba esta ocasión para atraer sobre su hijo las bendiciones del Altísimo. María, y José entendieron así la Ley del Señor. La entrada de Jesús, María y José en los atrios del Templo con su pobre equipaje te¬nía algo de augusto, de sublime. Entonces, según la profecía de Malaquías, el Señor ve¬nía por vez primera a su Templo, que supe¬raba en gloria al de Salomón por cobijar bajo su techo al Deseado de las gentes, como había predicho el profeta Egeo. Convenía que fuese saludado por un represen¬tante de aquellos hombres del Espíritu que eran los profetas. Este era el anciano Simeón. Era justo, lleno del Espíritu Santo, y todo su pensamiento lo tenía en la reden¬ción de Israel. Pero su mirada abarca más que la de Zacarías, que no avanzaba más allá de las fronteras de Israel. Tomando en sus brazos al Niño, este legitimo heredero de Israel, saluda al que obrará la salvación sobre todos los pueblos, siendo la luz de las naciones, sin cesar de ser la gloria de Israel. No hay duda que este acontecimiento, la primera entrada solemne del Redentor en su Templo, se celebraba en los primeros si¬glos en la Iglesia de Jerusalén. Así lo atesti¬guan el Peregrino de Burdeos y la española Eteria. La fiesta, el 14 de Febrero, se solem¬nizaba con una procesión a la Basilica Cons¬tantiniana de la Resurrección, con una ho¬milía sobre el Evangelio del día y el Santo Sacrificio. Pero todavía la fiesta no tenía nombre propio; simplemente se la llamaba el día 40 después de la Epifanía. Desde Jerusalén se extendió por toda la Iglesia la fiesta de los 40 días, que más tarde se observó en el 2 de Febrero. En todo el Oriente fué introducida por el Emperador Justiniano I (542) en acción de gracias por la terminación de una gran peste que diezmó la ciudad de Constantinopla. Quizá el decreto de Justiniano I dió ocasión a la Igle¬sia Romana para establecer esta fiesta, pero no hay documentos definidos sobre este punto. La fiesta aparece en el Sacramenta¬rio Gelasiano de la séptima centuria, bajo el nuevo título de la Purificación de la Bienaventurada Virgen María. Nada se habla de la procesión. Por el Occidente se propagó esta fiesta lentamente; no se encuentra en el Leccionario de Silos (650), ni se menciona en el Calendario de Santa Genoveva de París (713-741). En el Oriente se celebraba como una fiesta del Señor; en el Occidente como una fiesta de María; aunque el Invitatorio “Gaude et laetare, Jerusalem, occurrens Deo tuo”, las antífonas y los responsorios indican el primer concepto en que era tenida como fiesta del Señor. La bendición de las candelas no se practicó universalmente antes de la undécima centuria. Nada tiene que ver con la procesión de los lupercales de Roma. En la edad media se celebraban la bendi¬ción y procesión de las Candelas con mayor solemnidad. Mientras que ahora la proce¬sión va por dentro, entonces el clero dejaba la iglesia y visitaba el cementerio dando una vuelta por él. Al volver la procesión un sacerdote, llevando una imagen del Niño Jesús, recibía la procesión en las puertas del Templo y entraba con el clero cantando el responsorio — Gaude María Virgo — o la prosa—Inviolata—u otra antífona en honor de la Virgen. M. LOZANO