jueves, 14 de enero de 2021

  y III


Hice cuanto pude por olvidarte. Mas como el huracán pasa a través de las rendijas de una puerta vieja, tu recuerdo pasaba por todos los resquicios de mi alma con un escalofrío. El tormento empezaba. No quería saber más de ti que nos habías humillado y confundido. Y no obstante, si tu nombre era pronunciado, escuchaba como el hombre perdido en el desierto espía el sonido de una fuente! 

¿Eres tú, pues, el manantial de agua viva donde aplicaremos nuestros labios? 

¿Quién eres tú?... 

Al momento, en la sinagoga, se tomó la resolución de expulsar a los que creían en ti. Yo los conocía. Sabía lo que aquello presagiaba. Me callé... Mientras tanto yo pesaba en mi mente aquellas graves palabras: “Los que creían en ti.”

¡Tus discípulos! 

Y me retiré de entre ellos... porque yo también era tu discípulo... ¿Tu discípulo? ¿Es esto verdad? ¿Soy yo? Bajo tu mirada invisible abandoné la sinagoga para no entrar más en ella. Me alejaba por el camino, solo, esta vez porque los demás se quedaban reunidos para decretar tu muerte... Y la escena del Templo, la hora en que por una vez en mi vida te encontré, se me ponía delante, la misma, toda al vivo...

¡Ah! tú no escribías lo que éramos, sino lo que yo era; yo lo sabía para siempre;
tú no escribías más en el suelo, sino en el fondo más secreto de mi conciencia.

Por centésima vez preguntaba:

¿Quién eres?

Y tu mano trazaba aquel nombre tremendo y formidable escrito en el Sancta
Sancta, el nombre que el hombre no puede pronunciar sin morir. M

miércoles, 13 de enero de 2021

                                                     II

Aquella mano de obrero hecha a manejar el cepillo y la sierra, y, no obstante, tan aterradora como “los dedos sobre el muro” en el festín de Baltasar… 

A manera que tu dedo escribía en el suelo, y sin distinguir lo que escribías, iba leyendo en mí mismo todos los abominables pecados, que yo creía para siempre sepultados en el olvido; se levantaban, vivían y manchaban mi alma, porque yo jamás hice verdadera penitencia por ellos. Quería protestar. ¿No había multiplicado las purificaciones, los sacrificios, las abluciones en Siloé, las maldiciones al cabrito emisario?

“No, no, rasga tu corazón, y no tus vestiduras”

Tu mano escribía siempre. 

¿Mas ahora al menos? Porque tú no has dicho: el que no haya cometido un pecado, sino el que no tenga pecado. Ahora en mi vida serena, sabia y prudente, muerto entre las concupiscencias muertas, intérprete y maestro de la ley, ¿qué es lo que tu manodesapiadada escribía? 

Yo me alejaba lentamente, profundizando esta cuestión desconocida; tú sin duda la entendías porque respondías con una claridad que iba en crescendo, apoyándose en hechos precisos...

(Sigue)

martes, 12 de enero de 2021

“Inclinándose escribía en la tierra”, (Joa. 8,6)

ESCRITOS PUBLICADOS PAGINA BÍBLICA
“Inclinándose escribía en la tierra”, (Joa. 8,6) 

Nota del Vicepostulador.- 

Los tres artículos siguientes con el título común Página Bíblica y el particular “Inclinándose escribía en la tierra”; “El peso del día y del calor” y “En el camino un hombre le dijo”, aparecen firmados únicamente con la letra “M”. El trabajo titulado “María Magdalena” lo está con las iniciales “F.M”. Se presume que la “M” es la inicial de Martín y “F.M” de Fray Martín, y que el autor de los cuatro trabajos fue el siervo de Dios; ya que el era en aquella época el único especialista en esta materia que colaboraba en “Cruzada Seráfica”. Además, la semejanza de estilo con otros firmados por él demuestra que pertenecen al mismo. Los contemporáneos el siervo de Dios creen tener la seguridad que él fué de hecho el autor de tales aportaciones. (Revista “Cruzada Seráfica”, Madrid, año 1.931, mayo, págs. 21-23)

                                                

¿Tu discípulo? 

¿Quién ha pronunciado esta palabra increíble? 

¿Hay junto a mí algunos de los ancianos o de los escribas? 

¿Está conmigo? 

Cuando se hablaba de ti, yo sentía una curiosidad inquieta: 

¡Tan extrañas cosas se decían! 

Tu doctrina nada de común tiene con la nuestra. En vez de someter “las duras cervices” al yugo de la ley, en vez de multiplicar las prescripciones y aumentar el peso, tú libras las almas con un gesto soberano; rompes la red de las observancias rabínicas, y las almas libres, batiendo las alas vuelan a tu alrededor. 

¿Con qué autoridad haces esto? 

 Tú hablabas también de los pájaros y de los lirios, de los rebaños y del Pastor, de los niños y de su Padre celestial; sí, se dice terminantemente que por un sentimentalismo vano que ignoran los doctores de Israel, enseñas a llamar “Padre nuestro” al que está sobre todo nombre. Se cuenta además que tus discípulos olvidan las rituales abluciones, y que tú mismo, tú violas el santo descanso sabático con intempestivas curaciones... ¿qué sabía yo? 

Yo buscaba entonces, en otro tiempo que me parece muy lejano, una ocasión de encontrarte e imponerte silencio... 

Cuando te vi por vez primera, el sol aureolaba tu blonda cabeza... 

¿Ha pasado un día solamente, o un siglo desde que te encontré? Parece que un jirón de eternidad se ha vinculado a esta hora, y cada vez que reflexiono pierdo la noción de tiempo. 

Te traen a la mujer cogida en adulterio. 

No soy tan cruel como Sadok, no quiero ver correr la sangre. La asamblea de los ancianos tampoco quiere el suplicio de esta miserable; estas viejas sanciones van cayendo en desuso. Pero el interés del drama está en sorprenderte y confundirte. Si tú dices: “Apedreadla”, el pueblo te odiará por tu crueldad. Si dices: “No la apedreéis”, te denunciaremos nosotros como despreciador de Moisés. ¿Cómo saldrás de esta emboscada? 

Ellos están insultantes y ávidos bajo los pórticos del Templo, ella en medio, tú, sentado como un juez, y juzgas, en efecto, por un cambio extraño, no a esta pecadora, sino a nosotros.

Como un rey entre los vasallos de su reino. 

 Dices: “Aquél que esté sin pecado arroje la primera piedra.” 

Después de breves momentos de lucha, todos, uno a uno, huyeron…

 ¡Ah! en verdad, yo sabía por qué… 

 Mas al retirase volvían sus ojos a mí, “el puro” como ellos, “el separado” como ellos, “el santo” más que ellos, al igual que todos los soldados miran a su general en la hora de la derrota. Yo quedaba, junto a ti, tranquilo y seguro de mí mismo, mientras que, tú inclinándote, escribías con el dedo en la tierra. 

Alzaste la cabeza y se cruzaron nuestras miradas. Entonces me fui con los otros. 

(Sigue)