miércoles, 13 de enero de 2021

                                                     II

Aquella mano de obrero hecha a manejar el cepillo y la sierra, y, no obstante, tan aterradora como “los dedos sobre el muro” en el festín de Baltasar… 

A manera que tu dedo escribía en el suelo, y sin distinguir lo que escribías, iba leyendo en mí mismo todos los abominables pecados, que yo creía para siempre sepultados en el olvido; se levantaban, vivían y manchaban mi alma, porque yo jamás hice verdadera penitencia por ellos. Quería protestar. ¿No había multiplicado las purificaciones, los sacrificios, las abluciones en Siloé, las maldiciones al cabrito emisario?

“No, no, rasga tu corazón, y no tus vestiduras”

Tu mano escribía siempre. 

¿Mas ahora al menos? Porque tú no has dicho: el que no haya cometido un pecado, sino el que no tenga pecado. Ahora en mi vida serena, sabia y prudente, muerto entre las concupiscencias muertas, intérprete y maestro de la ley, ¿qué es lo que tu manodesapiadada escribía? 

Yo me alejaba lentamente, profundizando esta cuestión desconocida; tú sin duda la entendías porque respondías con una claridad que iba en crescendo, apoyándose en hechos precisos...

(Sigue)

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